sábado, 5 de abril de 2008

No estamos solos


Hay momentos en la vida en los que la soledad nos invade por completo y hace de nuestra alma su guarida secreta. Sentimos no hay más nada por lo que deberíamos luchar ni hay más nadie que esté allí para ayudarnos a continuar. Es como si viviéramos en un mar, compuesto por personas, que por más agua que bebemos la sed no cesa y cada vez se va convirtiendo más insaciable.

Duele sentirse sólo aún rodeado de personas, duele secar lágrimas y que nadie esté allí para secarte las tuyas, sentir que todo es diferente, saber que no puedes hacer nada para evitarlo... Todo se torna gris y no hay forma de volver al pasado. Pasa el tiempo y continuamos tomando de aquella agua salada y nos encerramos en un mundo donde solo ella tiene cabida.

Nos cerramos ante la posibilidad de que gotas dulces viajen desde el cielo para saciar nuestra sed. Y cuando ésta al fin cae, la pasamos por alto sin detenernos tan siquiera a darle una oportunidad. No estamos solos en este mundo, allá afuera siempre habrá una persona dispuesta a escucharnos y a brindarnos su regazo, una persona que con fervor desee formar parte de nuestras vidas.

Así que dejemos de beber aquella agua salada, que solo nos hace sentir vacíos, y démosle una oportunidad al agua dulce para que nos llene por completo.

Preguntémonos cada día si las personas con las que estamos nos llenan o en verdad nos quitan, pues eso solo conduce a que nos sintamos vacíos.

En la vida siempre encontraremos personas que sabrán valorarnos, pero si nos encerramos en nosotros mismos, jamás las identificaremos... ¡Vive la vida! que no estás solo, que siempre hay alguien más... que está a tu lado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me reconfortan tus palabras

Anónimo dijo...

Hace dias que leo tus posts, hasta ahora no te he escrito, pero quiero felicitarte porque haces llegar al corazón y al alma tus reflexiones.

@ngelito dijo...

Me han encantado la metáfora que has utilizado con el mar. Hay tanta claridad en tus palabras como lo es el agua en sí.
Cuando nos desfondamos y no podemos encontrar nada a lo que agarrarnos, sentimos un gran dolor. Cuando las cosas se muestran inestables y nada funciona quizás nos percatemos de que estamos a punto de entrar en algo. Tal vez entendamos que es un lugar tierno y vulnerable, y que la ternura puede ir en ambos sentidos. Podemos encerrarnos en nosotros mismos y estar resentidos o podemos entrar en contacto con esa cualidad que percibimos. A veces nos encontramos en ese lugar a causa de una enfermedad o de una muerte, y experimentamos una sensación de pérdida.
Que todo se nos venga abajo es una prueba y también una especie de curación, ya que la curación proviene del hecho de dejar espacio para que todo esto ocurra, espacio para la pena, el alivio, la aflicción y para la alegría. Podemos pensar que algo nos va a producir placer, pero no sabemos qué va a ocurrir en realidad. Podemos pensar que algo nos va a hacer sufrir, pero tampoco lo sabemos con certeza. Lo importante es dejar sitio para el no saber. Tratamos de hacer lo que pensamos que nos puede ayudar, pero no sabemos. Nunca sabemos si nos vamos a caer redondos o si vamos a poder aguantar derechos. Cuando vivimos una gran decepción, no sabemos si ahí se acaba la historia, también podría ser el principio de una gran aventura.
La vida es así. No sabemos nada, decimos que las cosas son buenas o malas, pero realmente no lo sabemos. Cuando todo se nos viene abajo y no sabemos qué hacer, la prueba para cada uno de nosotros es quedarnos en ese punto, y no concretar.
Una gran frase de Buda dice así... "El sufrimiento es inevitable para los seres humanos mientras pensemos que las cosas son duraderas, que no se desintegran, que podemos contar con ellas para satisfacer nuestra necesidad de seguridad".